martes, 17 de enero de 2012

La fiesta de San Antón en Roma



No hace tanto que los hombres de Occidente tenían una necesidad directa del animal en su vida cotidiana, del caballo o la mula para viajar, de la abeja para iluminar, del buey para transportar mercancía, de la paloma para comunicarse o del asno para arar o moler. Y aunque aún requiere de los animales para abrigarse o alimentarse, lo cierto es que la aparición del motor de explosión y la electricidad nos han llevado a prescindir de muchas de aquellas bestias del campo que Dios creó para que estuvieran a nuestro servicio. De hecho, buena parte de los hombres de nuestro tiempo podrá pasar su vida sin contacto alguno con los animales o, como mucho, mantendrá uno de los llamados domésticos, que le ocupará cierto tiempo de su ocio diario y le creará esa ficción de compañía que tantas personas en soledad agradecen.

Bartolomeo Pinelli. Bendición de los animales en San Antonio Abad. Roma, 1831

Parece evidente, por tanto, que estos cambios, junto con el menguar de la fe, estén en la raíz misma de la decadencia de la fiesta que hoy celebramos, la del santo eremita Antón, que se mantiene más por el interés de algunos sacerdotes que por el solícito deseo de los ganaderos y criadores, y generalmente reducida a unos pocos gatitos, periquitos, canarios y perritos, donde no se ha convertido ya en un simple concurso popular de especies. Pero no siempre fue así, cuando del esfuerzo y rendimiento del animal dependía la vida del hombre, y éste a su vez creía con fe firme que una bendición sobre aquellos los protegía y fortalecía, era frecuente que tal día como hoy se acudiese a la iglesia de cada pueblo y ciudad a bendecir los animales que aseguraban el sustento diario. Ahí están en el Rituale Romanum las bendiciones previstas para aves, abejas, ovejas, gusanos de seda, vacas, caballos, etc. que dan fe de ello.

Jean Baptiste Thomas. Bendición de los animales en San Antonio Abad. Roma, 1823.

Célebre fue la fiesta de san Antón en Roma que, si bien se iniciaba el 17 de enero, duraba varios días más por la enorme afluencia de quienes deseaban que sus bestias de tiro, sus corceles y el resto de animales recibieran una bendición. Goethe, en su Viaje a Roma de 1787 parecía asustado del tumulto que aquello provocaba y hasta maravillado de que fueran objeto de la bendición "incluso los asnos y los animales cornudos", lo que denota cierta incomprensión por parte del romántico alemán de la historia sagrada y la idiosincrasia católica, pues precisamente éstos debieron de ser los primeros animales que bendeciría Nuestro Señor desde su pesebre. Entonces, la bendición acontecía lógicamente en la iglesia de San Antonio Abad del Esquilino, si bien algunos miembros del patriciado romano fueron progresivamente requiriendo la celebración de funciones reservadas para sus cuadras en otros templos, lo que provocó la queja del clero de San Antonio, y la consecuente prohibición explícita de hacerlo en 1831, incluso con advertencia de suspensión a divinis a los sacerdotes que se prestaran a ello.

Wilhelm Mastrand. Bendición de los animales en San Antonio Abad. Roma, 1838.   

Allí en San Antonio se mantuvo la bendición del 17 de enero hasta principios del siglo XX, cuando fueron elocuentemente desplazados a San Eusebio por entorpecer los animales el incipiente tráfico de automóviles. De la fiesta de San Antón en el sagrato de este templo de San Eusebio en 1931 conserva el Fondo Giordani estas curiosas fotografías de la bendición de unos elefantes, que espero sean del gusto del querido lector, del que me despido hasta el próximo artículo.




4 comentarios:

  1. ¡¡los chicosss!!!! asi llamo a los animalitos...pobrecitos ¿¿porque no hay un cielo para ellos también!!!??

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  2. Muy interesante Pablo, un documento que me ha encantado tanto las fotos como las ilustraciones.

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  3. ¿Y quién ha dicho que no hay cielo para ellos? Copio este fragmento de un interesante artículo de "El costumbrario católico":

    San Antonio Abad es considerado uno de los patrones de los animales. Se le representa con un gracioso cerdito a sus pies, aludiendo al milagro operado por el santo a favor de unos jabatos nacidos ciegos, cuya madre acudió a él en busca de ayuda y, en agradecimiento, nunca más se separó del bondadoso monje. Algunos han querido ver en el porcino al símbolo del tentador Satanás vencido por san Antonio, contra quien solía mandar piaras de cerdos poseídos. Sin embargo es más amable la primera explicación y da a entender mejor su delicadeza de espíritu. Los santos han sido por lo general benignos con los animales y los han socorrido y amado como a criaturas que también son de Dios. Es de suponer que en el desierto san Antonio, como san Pablo (que recibía su sustento diario de los cuervos), conviviría con varias especies en paz y armonía. Y no se trata de visiones idílicas o arcádicas mezcladas de cierta política verde de moda. El ecologismo bien entendido es perfectamente cristiano.

    De las manos del Padre han salido todos los seres vivos, como todas las cosas visibles e invisibles. Él indicó a nuestros primeros padres: “Creced y multiplicaos y henchid la tierra, y dominad sobre ella, y gobernad sobre los peces del mar y sobre las aves de los cielos y sobre todos los animales que bullen sobre la tierra” (Gen. I, 28). Dijo “gobernad”, no “tiranizad” a las otras criaturas animadas, a las que ha hecho peculiarmente solidarias con el hombre si nos atenemos a un pasaje enigmático de san Pablo: “Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Rom. VIII, 20-21). Dios salvó a los animales juntamente con Noé y los suyos en el arca, durante el diluvio universal. Hizo de algunos instrumentos de sus designios (la burra de Balaam, los osos que vengaron las burlas contra el profeta Eliseo). El vaho bienhechor del buey y la mula del pesebre calentaron a Jesús recién nacido…

    Podríamos multiplicar los ejemplos, pero baste decir que Dios quiere a todas las criaturas que han salido de sus manos y que seguramente no le gusta que los hijos de los hombres las maltraten. Cierto es que nos las ha dado como ayuda, para nuestro abrigo y sustento; pero por eso mismo debemos ser más delicados en nuestro trato con otros seres que nos procuran el bien. Desde luego, los santos han demostrado su finura espiritual en este sentido, descollando no sólo san Antonio Abad, sino también santa Tecla, santa Gertrudis, san Roque y, sobre todo, san Francisco de Asís, cuyas Florecillas están llenas de episodios que rezuman una gran bondad. Es, empero, en la fiesta del primero, es decir, el 17 de enero, cuando se realiza la bendición de los animales, muy popular en España y también en la América Española. En este los animales de tiro tradicionalmente eran eximidos del trabajo además de ser bendecidos. Gracias a Dios, la bendición del día de san Antón es una costumbre que no se ha perdido, aunque la vida de tráfago de nuestras ciudades modernas imponga muchas limitaciones.

    Hagamos bendecir a nuestros animales: ellos son nuestros compañeros y nos aportan mucho, incluso una compañía de la que a veces nos privan nuestros propios congéneres. Tratémoslos bien y cuidémoslos en sus enfermedades y apuros. Son criaturas que dependen de nuestra buena voluntad como nosotros dependemos de la generosa Providencia de Dios. Nosotros somos su providencia: hagamos con ellos lo que quisiéramos que Dios hiciera con nosotros.

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