jueves, 2 de septiembre de 2010

El alba

Antes de los cambios del postconcilio, el alba quedaba descrita como una túnica blanca de lino o cáñamo que, provista de mangas hasta la muñeca y ceñida con un cíngulo, cubría completamente desde los hombros hasta los talones. Pero esta definición no sería hoy del todo precisa, dado que ya no se exige para ella un material concreto, las hay que no prevén el cíngulo, otras dotadas de capucha...

Las rúbricas mandaban -y mandan para quienes siguen los libros litúrgicos vigentes en 1962- que el sacerdote la vistiese bajo la casulla para la misa o bajo la capa pluvial en las funciones que a ésta siguen o preceden inmediatamente, y para la exposición, reserva, bendición y procesión con el Santísimo Sacramento. Del mismo modo, tanto el diácono como el subdiácono la visten -permítanme el presente de indicativo- en las mismas ocasiones bajo la dalmática, y aún bajo la planeta hasta 1962. También son utilizadas en ciertas bendiciones previstas por el ritual, como la primera parte del rito pontifical de consagración de una iglesia o de bendición y colocación de la primera piedra de un edificio donde, además, quedan completamente a la vista en el diácono y el subdiácono, dado que en estos casos han de revestirse omitiendo la dalmática.
Históricamente parece que su origen está en la túnica talar del mundo romano que, a partir del siglo III continuó como vestido propio del clero cuando se adoptó la túnica corta para la vida ordinaria, sin embargo, conviene tener en cuenta que una prenda de características análogas era usada por el sumo sacerdote de los hebreos -con la túnica de Aarón y sus hijos se relaciona en su bendición- y también por los sacerdotes gentiles al sacrificar. Por testimonios pictóricos paleocristianos y altomedievales, sabemos que inicialmente estuvieron decoradas con franjas de púrpura y oro, denominándose, según el número de estas franjas, monolores, dilores, trilores o pentalores. Pero a partir del siglo XII el alba comenzó a estar más frecuentemente adornada con bocamangas y redropiés, también llamados aurifrisium, auriphrygium o grammata, suerte de parches cuadrangulares realizados en ricas telas de distintos colores que pronto se fueron conformando con el de los ornamentos y que llegaron a ubicarse también bajo los brazos y el pecho. Sin embargo, a partir del siglo XVI este tipo de decoración fue siendo sustituida paulatinamente por otra de encajes, quedando su uso a partir de la Edad Moderna reducido a algunas catedrales especialmente celosas con sus usos inveterados como las de Milán, París, Maguncia o Sevilla e iglesias bajo su respectiva influencia. En la catedral de Sevilla se han utilizado albas con redropiés hasta finales del siglo XX.


El alba comunmente llamada de encajes, nacida con la Edad Moderna y que ha llegado hasta nuestros días, compartía el ruedo, el cuello, las hombreras y las bocamangas de puntillas que le dan su nombre con el resto de la prenda de lienzo liso, si bien frecuentemente rizado, es decir, almidonado y planchado en finísimos pliegues, que le dan un aspecto absolutamente peculiar. Para su consolidación, hay que señalar que sobre la práctica decorativa precedente presentaba dos considerables ventajas: permitía un uso más versátil de la prenda al no estar asociada a color litúrgico alguno y, al mismo tiempo, la rápida identificación del rango dentro de la clericatura al que pertenece el oficiante, dado que a través de los encajes ubicados en el ruedo, los puños y las hombreras se puede observar el color de la sotana y de sus diferenciadas bocamangas, ya que los obispos y los prelados de honor llevan sotanas moradas pero con bocamangas de color carmesí, por ello bajo los puños de sus albas y roquetes se entrevé la seda de este color. La mayor complejidad a la hora de vestir la prenda con tan delicados encajes fue pronto subsanada con el forrado de éstos con sedas del color de la sotana coral correspondiente al rango eclesiástico de quien la porta. Así, a los casos bícromos ya descritos hay que añadir el de los capellanes de Su Santidad, que deberían hoy usar forros negros en sus albas, como todo el clero, puesto que su sotana coral sólo conserva de su antiguo color morado los botones y ribetes. Los cardenales, naturalmente, usan el rojo y el Sumo Pontífice siempre blanco, lo cual se puede apreciar bien en las bonitas albas de encaje que ha vuelto a usar Benedicto XVI. A esto habrá que añadir la existencia, relativamente frecuente, de excepciones cromáticas que siempre han sido toleradas donde hay arraigada costumbre de ello y que como norma general durante el Viernes Santo y en las liturgias de difuntos se utilizan albas sin encajes en señal de luto.
 
Con la pretenciosa intención de agotar el tema, intención que a la postre siempre resulta frustrada, añadiremos que a su primer uso debe preceder la bendición del obispo o de un sacerdote con especial facultad para ello; que desde el punto de vista simbólico su color blanco simboliza la reforma interior del Espíritu Santo, la inocencia de la vida y el brillo que acompaña a los ángeles. Igualmente puede recordar la vestidura blanca que Herodes Antipas mandó revestir a Jesús para burlarse de Él; y que la oración prevista por la Iglesia para ser recitada por el ministro a la hora de vestir el alba es la siguiente: Deálba me, Dómine, et munda cor meum; ut, in Sánguine Agni dealbátus, gaudis pérfruat sempitérnis (Purifícame, oh Señor, y limpia mi corazón, a fin de que, purificado en la sangre del Cordero, yo disfrute del gozo eterno).
Frente a otras prendas litúrgicas que, tras los cambios posteriores al último concilio, han quedado relegadas a la oscuridad de la cajonera o, en el mejor de los casos cuando no se ha hecho almoneda de ellas, ocupan ahora una iluminada vitrina en esos cementerios de ornamentos que son los museos diocesanos de arte sacro, el alba ha sufrido una multiplicación exponencial de su presencia en las ceremonias litúrgicas, dada la extensión de su uso a todos los ministros -incluidos los lectores y acólitos seglares instituidos o no- y a todas las ceremonias litúrgicas. A veces me pregunto si el abandono de la sotana nos ha llevado a ello o la generalización del alba frente a la sobrepelliz ha traído de resultas el que no veamos sotanas ni en las iglesias. Habrá que estudiarlo.


Lat. Alba; Fr. Aube; It. Camice; Ing. Alb; Por. Alva; Al. Albe.


2 comentarios:

  1. Muy interesante e instructivo, enhorabuena por el trabajo y el resultado. En cuanto a su pregunta final, personalmente opino que es el abandono de la sotana el que ha hecho aparecer la abundancia de albas en las ceremonias religiosas, y la correspondiente cuasi desaparición de sobrepellices. Podría decirse, en cierto modo, que los sacerdotes ya no se "revisten", sino que se "visten"...

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  2. Exelente blog, recien lo descubro.
    Bendiciones.

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